Este lunes 20 de abril, cuando ustedes estén realizando sus
labores o tomándose un coffee break a media mañana diez miembros de nuestro
Santiago Runners Club estaremos concentrados en Hopkinton, un pintoresco pueblo
en Massachusetts, donde comienza la maratón más tradicional y reputada del
mundo, la 113° Boston Athletic Association Marathon. Un escenario particular
pues es la única maratón donde se exige clasificar con un tiempo mínimo; debido
a esto es considerada “los Juegos Olímpicos de las maratones masivas” y todo
aquel que se planta en la partida
sabe que aún cuando no conozca el historial de los runners que lo rodean ellos son
de una categoría especial (han luchado para ganarse un lugar allí), y lo hacen
sentir. Un dato: en esta edición 7.000 de los poco más de 23.000 atletas clasificaron
con menos de 3:15:59, es decir, un tercio de los competidores.
Teniendo tantas ediciones su historia está llena de
anécdotas y leyendas azuzadas por un circuito de difícil geografía y clima
impredecible. En las primeras ediciones los maratonistas corrían con zapatos de
cuero y suela sobre caminos de tierra, de hecho los entrenamientos inicialmente
incluían largos a pie descalzo para curtir la planta de los pies;
posteriormente se asfaltó de la ruta con un material algo precario a base de
alquitrán, conque aquel 20 de abril de 1927 cuando la temperatura alcanzó los
28°C, el alquitrán de derritió y llenó de ampollas los pies de hasta los más
rudos atletas por igual, eran otros tiempos, de hombres como el 7 veces campeón
Clarence DeMar y John A. Kelly con dos triunfos en ¡61 participaciones! (tiene
el récord, ha corrido desde los 20 a los 84 años), runners bravos que corrían
por el honor, para ganar respeto y/o acceder a mejores empleos en tiempos posteriores
a la gran depresión, como “Tarzán” Brown, indígena de Narraganset que por el
color de su piel en una sociedad de blancos de los años ´30s pese a ganar en dos
ediciones nunca obtuvo trabajo alguno como beneficio por haber triunfado, teniendo
que conformarse tan sólo con el oro de la medalla del unicornio –icono de la
B.A.A.- que se le entregaba a los vencedores, del 2° al 8° medallas de plata, y
al resto le daban… ¡un estofado de carne y gracias por participar!. Sí, era
para valientes, no hubo puestos de agua hasta los años ´70s, y si tenías algo
de suerte algún espectador te daba un hollejo de naranja, las mujeres recién
comenzaron a participar oficialmente
en el año 1972 –aún cuando Roberta
Gibb fue la primera en correrla sin número en 1966 en respetables 3:21-, antes era sólo cosa de hombres.
El machismo fue dejado de lado y años más tarde Joan Benoit batió allí el
record mundial en 1983.
Inicialmente participaban unos 400 atletas, de hecho a
fines del siglo XIX se permitía correr sólo un maratón en la vida por el riesgo
de morir por el esfuerzo. Al pasar de los años con el boom del running en
Norteamérica el número de participantes creció impulsado por Frank Shorter,
luego de su oro en los J.J.O.O. de Munich 1972, los organizadores se dieron
cuenta de los grandes beneficios para la comunidad por lo que se amplió el cupo
de atletas hasta las cifras de la actualidad, no fue fácil pues el circuito es
el mismo de hace décadas y la ruta es un tanto estrecha. Esta fue la razón de
exigir marcas mínimas y limitar el número de atletas. Actualmente se corre en
dos tandas de 10.000 y 13.000 atletas separadas por 30 minutos.
El circuito pasa por una serie de 8 condados o pueblos, la
primera mitad es de bajada, luego desde el kilómetro 26 al 33 vienen cuatro desafiantes
lomas coronadas por el famoso Heart Break Hill para luego descender nuevamente
hasta Boston, lo complicado es la sinuosidad del circuito y la ubicación de las
lomas en la carrera. Bill Rodgers ganador en los '70s de cuatro versiones dice
que lo difícil no son las lomas si no las ondulantes bajadas donde los
calambres y los cuadriceps te hacen trizas si no has sido prudente en la
primera mitad.
Ya les contaré de primera fuente mi experiencia junto a las
de mis compañeros Santiago Runners: Cristián Pedrasa, Francisco Olivarí, Marcos
Nicolaides, Carlos Rumié, Fernando Guzmán, Francisco Espinosa, Sebastián
Letelier, Sergio Molina y Jaime Sanhueza quienes pasaremos a formar parte de la
historia del running en Boston así como ya lo hicieron grandes runners de
nuestro club para su centenario en 1996 Víctor Cabrera, Santiago Gordon y
Alejandro Ulloa; en el desastre de 2003 -con calor y humedad - Enrique
Urrejola, Hernán Monckeberg, Ramón Eluchans, Rodrigo Zegers, José Luis González,
Gonzalo Poblete, José Miguel Gana,
Benjamín Berrios, Felipe Cabello, Julio Calisto, Pato Campos, René Ramírez, Rodolfo
Gómez, Gabriel Ruiz-Tagle, Carlitos Serrano, Malio Tremolini, Sonia Pérez, Paula
Vildósola, Isabel González y Albertina Zúñiga, poseedora del récord
del circuito en categoría sobre 70 años con un tiempo oficial de 4:04:56 (para
efectos de records siempre usa tiempo del balazo ¡siendo su tiempo chip 3:54:54!);
y en el terrible 2007 cuando casi se suspende por primera vez en la historia
por un temporal con fuertes ventiscas y aguanieve sufridas por Rodrigo Ugalde y Ricardo
Gebauer, pero esos son otros relatos que forman parte de una historia en común,
la historia de la Boston Athletic Association Marathon.
Adrián Rodríguez

Adrián Rodríguez
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