Maratón de Boston, el dia D


Siempre había soñado con ir a Boston, desde el momento que agarre su tríptico en la Expo Marathon de Chicago 2006 y supe que se clasificaba me llamó la atención, sus innumerables historias la presentaban como un objetivo y un sueño lejano, pero al fin estaba en Massachusetts, lo había conseguido y la iba a experimentar en carne propia.
            El día lunes por la mañana nos levantamos a las 4:30 am, fuimos a la zona de los buses en grupo e hicimos una cola super larga por media hora, debido al grueso numero de corredores el grupo se separó. Yo me quede con el Seba Letelier con la esperanza de encontrarnos en la villa atlética (que iluso fui). Una vez en el patio de la Escuela Hopkinton me di cuenta que encontrarnos sería imposible, muchísima gente apostados en dos áreas encarpadas, rodeada en su total periferia por un muro de baños químicos. Nos pusimos a elongar, un platanito, su powerbar y enfilamos a nuestros respectivos corrales.
             A pocos minutos de la salida se toca el himno de USA y pasan dos cazabombarderos F-15 sobre nuestras cabezas, la carrera más anhelada de mi vida había comenzado.
            Habíamos conversado con Marcos que no debíamos apurarnos, y es difícil entrar en ritmo en la primera milla aunque partas en un grupo de personas que corren a tu mismo paso, debido al atochamiento producto del angosto camino. Más aún cuando tiene una bajada tan pronunciada. Seguí en lo mío cuando diviso al Seba que venía saliendo de una larga lesión. “Como va compadrito?” –pregunté-, “disfrutando, disfrutando esta ruta” -me contestó-. Es que correr entre bosques, lagunas y bellas casitas es maravilloso. Cuando en la milla 2 aparecen a mi lado Pancho Olivarí y Sergio Molina, fue el comienzo de un largo camino en bloque. 
Nos fuimos pasando uno a otro en innumerables ocasiones y sin proponerlo fuimos marcándonos el ritmo, cortándonos el viento que empezaba a ser un problema. Debo confesar que no los tenía dentro de mis cálculos pues mi plan de carrera apuntaba a 3:12.  Llegamos juntos a la milla 8, me separé un poco en la 10, me alcanzaron nuevamente en la 12 cuando sentimos un rugido, eran las niñas del Wellesley College de la milla 13, 500 metros de puros gritos y algo más (si no pregúntenle a Pedrasa, que les dio besos como a diez y Calitos Rumie que iba a su lado no lo podía creer, “te vai a salir de ritmo h…n!, “déjame no mas si esto es algo tan simpático, único, ¡deme un beso no mas mi linda!” - respondía un eufórico Hippie al pasar-) estas alumnas llevan haciendo esto desde la primera matarón de Boston y son toda una tradición. Ajenos a esto nuestro trío seguía codo a codo hasta la milla 16, en el camino la gente nos gritaba “!!vamos Chile!!” el único que respondía era Molina que se veía en extremo cómodo, Pancho y yo callados y concentrados. Cuando comenzaron las subidas en el kilometro 26 se me arrancaron sus 20 metros pero no les perdí pisada, los seguí para alcanzarlos en la milla 19, y luego con Pancho a zancada resuelta atacamos las dos últimas lomas. “El Heart Break Hill, Pancho”, “¿Acá se acaba Adrián?”, “…si compadre ahora las bajadas… cacha allí está el Boston College, a apurar el tranco” y de pronto, nos pasa Molina hecho un cuete cerro a abajo, Pancho lo sigue y yo tranquilo; “se van a fundir, de ahí los alcanzo” –pensé-. Que equivocado estuve, mis piernas comenzaron a sentirse en extremo pesadas y miles de agujitas me clavaban los caudriceps, aerobicamente mi pulso impeque pero no había caso, y mi ritmo se fue al carajo. Fueron unos últimos ocho kilómetros interminables, de gran sufrimiento. Más adelante Nicolaides que iba a intentar bajar de 3:10 pagó el precio de acelerar sólo un minuto más de lo que tenía planificado en la primera mitad, igual llegó en excelentes 3:13. Pancho a dos kilómetros paso a Molina y en el 40.5 km Molina lo vuelve a pasar, era infartante, a poco menos de un kilometro doblando por Hereford St. enfilando hacia  Boylston St. Pancho lo pilla, pique y adiós, carrera resuelta, le saco unos 30 segundos. Yo no daba más, angustiado veía como se acumulaban los minutos y me propuse terminar en 3:17, cuando llego a Boyston St. le pongo todo lo que tengo, lo último y al fin, la meta… ¡en 3:18:01!
            Acalambrado, frío como hielo, tiritaba, mis manos no respondían a duras penas me saco mi chip, me dan mi medalla y parto a buscar mis cosas. Como no habíamos definido lugar de encuentro me fui al hotel, para luego encontrarme con Carlos, Pancho, Marcos. Nos damos un fuerte abrazo, en especial con Pancho, “grande Pancho, batiste tu marca personal”, “sí pero lo que me tiene más contento fue haberla corrido juntos, nunca había disfrutado tanto una maratón” y en verdad será un recuerdo imborrable.
            Respecto de los resultados: por equipos el Team Santiago Runners en categoría Senior (más de 40 años) terminó 38 entre 66 y en categoría Open 56 de 60, nos dieron la dura los Masters, a modo de excusa a nuestro gran crédito y delfín Francisco Espinosa no alcancé a inscribirlo, sus 2:49:49 nos habrían aportado una mejor ubicación, pero Jaimito Sanhueza aportó lo suyo con excelentes 3:20:32. El mejor resultado fue Molina: lugar 32 en su categoría.
Han leído parte de una experiencia que requeriría muchas más páginas, confieso que ha sido difícil resumir toda la cantidad de anécdotas que vivimos, pero eso es lo más lindo, poder juntarse con los protagonistas de esta historia y conocer de su propia boca aquellos detalles que hicieron especial su experiencia personal en Boston. Los invito a juntarnos y reírnos de todas esas cosas simpáticas que hacen inolvidable esta experiencia.
Partan de esta base: Si me preguntan a mí y al resto, es la maratón más dura que nos ha tocado correr y su prestigio, bien ganado se lo tiene.


Adrián Rodríguez

El pack: Olivari, Rodríguez y Molina

Celebrando con el grupo de Santiago Runners




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